Guardianes de
conocimiento
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José Antonio Iniesta
Cuando las siete
estrellas brillen las puertas se abrirán, es una frase que vengo
escribiendo desde hace años, y que de momento no pienso descifrar.
Queda ahí en el aire para quien quiera encontrarle el significado
adecuado. Pues de cualquier forma, como los buenos hologramas y
mandalas, como las cebollas cósmicas con todas sus capas, no tiene
uno, sino al menos tres significados, aunque en este caso sin duda
llegan hasta siete...
No puedo evitar
la sorpresa y la emoción al descubrir que aquello en lo que he
creído fervientemente con el corazón desde hace tantos años, se hace
realidad palpable a cada momento en los legajos, paquetes y correos
a través de Internet que llegan hasta mí.
Estremecimiento
puro me produce lo que es inconfensable, lo que asoma el rostro a
través de las puertas entreabiertas de los grandes archivos, físicos
y etéricos. Hace apenas un suspiro recibía de manos de Marilar
Bernat ?Los misterios de la evolución?, la crónica reflejada con
firma de Antonio Cerdán, con el que tantas aventuras he vivido en
distintos países, para poner de manifiesto el viaje con el cuerpo de
luz de un grupo de aventureros cósmicos, maestros de la
proyecciología, que campean a sus anchas por los reinos invisibles
para los ojos físicos, pero que pueden ser visitados tras épicas
incursiones en los archivos akáshicos, la memoria del Universo, en
la que todo queda registrado?
Tan sólo unos
días después recibí la visita de Guillermo Hernández, pues el sueño
de compartir el viaje sorprendente por los códigos de luz le trajo a
España. Han sido muchas las aventuras de este tipo, el encuentro en
cualquier rincón del mundo con los guardianes de un tesoro para el
que todavía no tiene ojos ni cerebro ni la Historia ni
la
Ciencia, pero en pocas ocasiones el vértigo de la
sincronicidad ha sido tan fuerte como en este encuentro con un viejo
hermano de todos los tiempos.
En una
buhardilla del Séptimo Cielo, en algún lugar de este Cosmos
insondable, compartimos Guillermo y yo, de una vez por todas, el
proyecto cósmico que nos había unido después de tanto tiempo. A buen
seguro nos preguntábamos cada uno de nosotros cómo sería capaz de
comprender la población del mundo, al completo, los milagros que
estaban teniendo lugar, si se negaba a abrir los ojos. Aunque
sabíamos que no nos correspondía más que lanzar las semillas que
algún día pudieran florecer en sus corazones.
En pocas
personas he podido comprobar como en él la capacidad emocional y
analítica de sintetizar la historia perdida, de reunir las piezas de
un legado milenario que ahora anda desperdigado por los cuatro
vientos, como resultado de un malintencionado plan de desperdigar
por los confines del mundo la única información que verdaderamente
nos puede hacer libres. El rostro de aquellos que fueron
responsables de este inmenso destrozo, que vapulearon la genética
para que nuestro plan evolutivo quedara mermado, es cada vez más
conocido, o al menos sus muy diversas formas sobre la faz de
la Tierra.
Es la historia oculta, la más vergonzosa, la que
menos les interesa a los investigadores dar a conocer, porque no
sólo el miedo se une a este tipo de revelaciones, sino porque es la
más difícil de demostrar, aunque las pruebas existen, repartidas por
todos los rincones del mundo.
Por esta
verdad, o su mentira, han dado la vida tantas personas en el mundo,
y por ella, tantos seres han arrebatado las que pudieron y más con
tal de que la verdad no floreciera.
Sepan los
ladrones de la decimotercera cuenta de ese rosario del conocimiento
que su plan hace mucho tiempo que ha sido descubierto. Se manifiesta
ahora el código del sagrado trece con todo su poder, frente a la
equívoca y limitada apariencia del doce, como el de la Serpiente y
sus valores profundos, por siempre tan denostada.
Kundalini
aparece para siempre brillando con la luz que inició a través del
tantra místico, de los fogonazos incandescentes que ascienden por la
columna vertebral, librándose de su milenaria apariencia de sexo,
ensuciado por aquellos mismos que conocían sus valores profundos, y
por lo tanto su capacidad de abrir las puertas del
cielo.
Era horrible
para aquellos que pretendían a toda costa que la verdad sólo
estuviera en manos de unos pocos, que esta brasa encendida del
conocimiento pudiera prender fuego y extenderse más allá de lo que
ellos pudieran controlar. Por eso reconocían como el invento más
infame a la aborrecida imprenta, por su manía acostumbrada de
generar libros que pudieran pasar de mano en mano.
Los esclavistas
americanos impedían a toda costa que los negros aprendieran a leer,
como si eso fuera el peor de los delitos, porque no hay nada peor
que leer y comprender qué está ocurriendo en el mundo, por la
capacidad que eso tiene de conocer los derechos que un ser humano
tiene, o las posibilidades de ser reconocido como el resto de las
personas.
Los libros
siempre fueron perseguidos en las manos de otros, aunque fueran al
mismo tiempo sumamente valiosos si se guardaban en los archivos
secretos de las instituciones civiles y religiosas que daban
cobertura en los reinos de este mundo a los controladores, a los
perros domesticados de los amos del mundo, que se habían otorgado a
sí mismos ese título de depredadores dominadores de un planeta que
sólo pertenece por derecho legítimo a sus habitantes, desde el
primero al último.
La devastación
en antiguas culturas, la triste persecución hasta la saciedad de los
pueblos nativos, no responde al azar, ni siquiera al odio
incontrolado, sino a una pertinaz campaña de destrucción de aquellos
que por su origen y conexión con las verdaderas fuentes de
conocimiento, las de la Madre Tierra, se han
convertido desde la oscura noche de los tiempos en los celosos
guardianes de los códigos de luz venidos de las estrellas, surgidos
de las entrañas de la tierra, recordados por sus corazones y
elaborados por sus diáfanas mentes en el constante proceso de la
evolución humana.
Ellos han
perseverado en el compromiso que un día asumieron, de legar al
futuro el conocimiento que habrá de barrer con la oscuridad de la
ignorancia en un tiempo en el que de nuevo volverá a comenzar un
ciclo de luz y de esperanza para la Tierra.
Guillermo
Hernández es una de esas mentes privilegiadas, lo que se une a la
nobleza de su corazón, que ha sido capaz de elevarse por encima del
laberinto, de esta grotesca confusión de la arquetípica Torre de
Babel, para unir pacientemente las claves dispersas, las piezas
diminutas que resultaron de una catástrofe sin igual, la dispersión
de nuestros códigos de luz en la genética, en la sangre, en el
cuerpo de luz, de las distintas razas.
El color de una
de las razas nos unió en la magia del presente, con el
descubrimiento mutuo y la sorpresa de hasta qué punto nuestros
caminos eran paralelos, habiendo surcado extraños derroteros de los
códigos de luz que nos habían llevado a las mismas
conclusiones.
Los ahaukines
mayas, con Eugenia Casarín, Nah Kin, recibiendo esos códigos
directamente de la esencia de Kinich Ahau, el Padre Sol, me abrieron
en la selva mexicana las puertas de un vasto conocimiento milenario.
Desde allí se abrían senderos blancos que físicamente recorrían los
lugares sagrados de los ancestros, que contemplé con los ojos del
que nace a una nueva forma de entender la vida. Pero también surge
desde allí, y desde el plexo solar exactamente, cuando lo
permitimos, el sendero llamado Kuxam Suum que en camino directo
hacia Hunab Ku, ?el gran dador de la medida y del movimiento?, el
Padre Creador y centro de la galaxia, del universo y de todos los
universos creados y por crear, se constituye en el origen del Tiempo
y del Espacio.
Los mayas
revelan nuevas caras del prisma a través de otras formas de
entendimiento. A veces algunos se niegan a creer que los códigos de
luz no tienen sólo un mensaje, sino que como puros hologramas
vivientes tienen infinidad de lecturas, absolutamente
complementarias. José Argüelles ha aportado una legión de obras
literarias, pictóricas, encuentros en todo el mundo, para comprender
la auténtica dimensión del Tiempo como Arte, senderos de los que
tanto he aprendido con fieles magos de la Tierra como Domingo Díaz o
Mertxe Zuza, que han llevado a esta piel de toro, con tau de
tauromagia, los infinitos secretos compartidos del código
13:20.
Se enriquece
esta visión maya que para mí ha sido la revelación de toda una
existencia con el regalo inmenso de la tradición tolteca, que
también venida de México me abre las puertas del más delicioso de
los manjares. No perder el tiempo, la necesidad de guardar el
equilibrio y la inexorable aventura de alcanzar la libertad
individual, amando a Dios y respetando a todos los hombres, es la
esencia pura de una de las filosofías, prácticas y creencias más
sublimes de todo el planeta.
Yeitekpatl y
Frank Díaz me conceden las alegrías que por ley de vida, por deseo y
compromiso personal, habré de compartir, desde la profunda esencia y
raíz de la toltequidad, porque todo lo que recibimos es para darlo,
porque nada nos es concedido para que muera en un efímero nivel de
conciencia, en un cajón lleno de telarañas.
Ha llegado el
tiempo de reivindicar la memoria de los sabios, de nuestros
ancestros, que tan mezquinamente han sido los menos valorados, los
más enjuiciados, olvidados, masacrados y vejados hasta el extremo de
ver su obra manipulada para engaño de la especie humana, ese
esclavo-sapiens que han creído ver los manipuladores de las
realidad, los trasgresores de las leyes cósmicas, los rebeldes de
una fuerza más antigua que la propia humanidad.
Los viajeros
del tiempo saben que acabó el tiempo de alimentarse de las almas de
los seres humanos, de devorar su energía más selecta a través del
miedo. Los señores del Tiempo, que otearon el destino de los
vencedores y de los vencidos, saben que ha llegado el tiempo que con
paciencia fueron preparando para que germinara, de una vez por
todas, la semilla de la familia humana.
Ellos llegaron
a todos los rincones del mundo, adoptaron forma humana de mil formas
distintas, para aportar un conocimiento que insuflara vida a los
páramos desolados, a los desiertos de muerte, sembrando no sólo
plantas que alimentaran al hombre, sino sed de conocimiento que
saciaban con toda clase de disciplinas de un saber sin
límites.
Gracias a ellos
generaron culturas casi como ?de la noche a la mañana?, rompiendo
los artificiosos procesos de la evolución de la especie humana. En
ella nos movemos, pero los consagrados de los púlpitos pulidos por
la falta de ética no quieren reconocer que gracias a los cósmicos
empujones de ciertos pueblos, de diversas culturas, el mundo se ha
movido a una velocidad de vértigo, muy superior a la que hubiera
cabido esperar de un mono bajándose de árbol para rascarse las
axilas, quitarse las pulgas y empezar a meter con maña un palo en un
hormiguero.
Tres son las
puntas del gran triángulo de los que saben, de los que proyectan, de
los que preparan el mejor de los destinos para la historia de la
humanidad, según afirman, bajo cuerda, aquellos que siguen el paso
de un nuevo futuro. Una sería la de los seres de las estrellas, otra
la del gobierno de la Gran Fraternidad
Blanca de Shambhala (y de las distintas ciudades de luz repartidas
por todo el planeta) y la tercera la de los guardianes de la
comunidades nativas de todos los pueblos de la Tierra, las
raíces, los pilares, el tronco, la base, el cubo perfecto, el eje,
de aquello que conocemos como especie humana.
El legado
Olmeca me fue revelado por Ikxiocelotl, Garra de Jaguar, que tuvo el
privilegio de encontrar tres de las cabezas olmecas, tres de las
obras humanas más extrañas y valiosas de nuestra historia como
especie. Un inmenso regalo, su tambor de la danza del sol, que
reconstruye la cruz de Quetzalcoatl, resuena no sólo en mis manos,
sino en mi corazón, recordando el secreto de sus vivencias con los
chaneques, los espíritus de la naturaleza asociados al agua, que él
dijo que me ayudarían en mi aventura de guerrero
espiritual.
Él sabe de la
palabra caminante, que nos fue dada al mismo tiempo a tantos miles
de kilómetros de distancia, separados por todo un océano, que no es
sino una gota de agua cuando se descubre que el mundo es un pañuelo,
que la cuarta dimensión encoge las distancias y hace uno el
tiempo.
Son cientos los
guardianes con los que ya me he reencontrado en el flujo constante
del espacio-tiempo. Todavía camino con Linda Márquez por las calles
de Cuzco, conectada ella a no sé qué ordenador central del saber de
las estrellas a una velocidad de vértigo, de la luz o de la
perplejidad absoluta por mi sorpresa. Ella sabe de todo lo que
guardan los cetáceos, como Leticia Gallego, que me describe sus
contactos con los delfines-humanos, los humanos-delfines,
reveladores de códigos que protegen a la Tierra, la custodian y la
preparan para los tiempos, todavía inimaginables, que nos
esperan.
Los códices
surgen de la vieja tierra, de manos de buscadores incansables,
peregrinos que saltan de la arena a la selva y del interior de las
cuevas a lo más alto de las montañas, como Quetza-Sha, a quien
escuché lanzar aullidos de lobos en el metro de Roma, con quien
comparto una llave grabada con un 777 que abre las puertas de
extraños mundos en Querétaro, con esencia
chichimeca.
Chichimeca es
Teuctli, maestro del temazcalli, noble amigo, cuya mirada serena y
silenciosa me habla a cada instante del saber profundo que encierra.
Guardo el bastón sagrado de caña que me entregó, uno de los más
grandes regalos, como el cordón umbilical que me une a la sangre que
perpetúa, a la tradición de los guerreros dorados, hijos del Sol,
danzantes y arquitectos, astrónomos y poetas.
El secreto de
un códice, que me unió en el tiempo a Teuctli y a Quetza-Sha, me
unió a su vez, como tercera punta de un enigmático triángulo, con
una danzante conchera excepcional, Lolita Vargas, capitana de
malinches de la mesa de danza de la Santa Cruz del
Espíritu Santo, que en el centro del hexagrama, desde el corazón de
la
Peña de Bernal, me aportó la última pieza del
enésimo rompecabezas, allá donde los chichimecas, los chaneques, el
ombligo de la
Tierra, el agua de Tlacote, las estrellas y una
ciudad en las entrañas del planeta, cobran vida.
Ella, otra joya
de sabiduría, teje la vestimenta de la Luz con sus palabras de
iniciada. Sus ojos se unen en tan largo camino a los de Rosalba,
siempre tan reservada, siempre tan callada, que me cautivo con sus
cánticos y el toque de su tambor bajo la luna, Muluc amada, en una
larga noche de velación de los bastones sagrados del Ahau Can. Como
al abuelito mixteco, don Rubén, cuyo recuerdo siempre empaña mis
ojos, bendición eterna en lo alto de la pirámide de Kukulkán, allá
en Chichén Itzá, al compás del vuelo de una mariposa, y al ritmo del
abrazo de una serpiente. Serpiente y mariposa, cuerpo y alma. El
abuelito quedará siempre en mi corazón, en aquel corazón de cristal
de los maestros de la Serpiente
Emplumada.
Todos nos
iremos encontrando. Como encontré a Edwin Masco, Antarqui Huaminca,
sacerdote de la tradición inca, siempre entregado a la labor de
abrir las puertas de Kenko, donde el espacio y el tiempo recorren un
simbólico canalillo grabado en la piedra, o el ombligo del mundo en
el Coricancha, en Cuzco, o la gloria de la fusión de la tierra con
el cielo y la tierra en Machu Picchu, o el acceso al inframundo del
que surgieron los incas en Ollantaytambo.
Los guardianes
de conocimiento siempre han vivido camuflados entre nosotros,
pasando intencionadamente desapercibidos con él habito normal de los
mortales, pues lo son completamente, como el resto de sus
congéneres, aunque ostenten ese honorable propósito de guardar lo
que siempre tuvo que ser salvado.
Ellos irán
transmitiendo poco a poco los secretos de la geometría sagrada y
la
Flor de la Vida, del ojo de Horus y de
la retícula planetaria. Compartirán la fuerza de la meditación, la
fusión con el vacío para alcanzar la Totalidad del Absoluto,
la respiración solar y el profundo efecto de la
oración.
La lengua
secreta de los números, de las aves, del árbol que es tres reinos al
mismo tiempo, las claves de los veinte dedos y las treces
articulaciones, los mensajes ocultos en los glifos, los códices
perdidos, la fusión de las razas que conduce a la futura, la verde,
los ecos lejanos de Atlántida y Lemuria.
También las
entradas secretas a los reinos intraterrestres, la forma de
atravesar las puertas dimensionales que conducen a las ciudades de
luz, el espíritu divino del Santo Daime, la danza de los cuatro
elementos, el rumbo de los cuatro vientos, la Chakana, el profundo
lenguaje del tambor, y tanto y tanto y tanto? como está encerrado en
las siete estrellas?
Son cientos los
compañeros de este viaje interminable, conectados por una estrella
en la frente con la más compleja realidad, los abismos insondables y
los cielos que marean con tanta gloria incesante.
Uno de estos
seres especiales es Namaá Tuval, que me mostró el sendero del
secreto de un libro propio del más grande de los prodigios: ?Los
hijos de Sokar?. Cuando recibí ese puñado de mágicas hojas con la
promesa de guardarle el secreto, hasta que el cielo diera la señal
para mostrarse abiertamente al mundo entero, comencé a tirar del
hilo de Ariadna que me llevaría hasta Sakkara, en Egipto, y así
desenredar la madeja de ese ovillo de lana que es una escuela de
conocimiento oculta bajo tierra.
Con Óscar
Tinajero, guardián del fuego y portador de la bandera de
la
Paz, el sueño de un caminante llevado por el viento
se hizo realidad al tenerlo por compañero. Cuatro países, con sus
interminables lugares de poder, centros sagrados y altares
consagrados a la naturaleza y al Cosmos, han sido protagonistas de
nuestras inolvidables aventuras, que escaparían a lo que
habitualmente puede aceptar una mente humana.
Ahora el
cuaderno de bitácora de este humilde aventurero que navega en un
velero de ensueño a través del Kuxam Suum se llena con anotaciones,
recuerdos, anécdotas, de viejos compañeros en esta liturgia de lo
sagrado, en este racimo de milagros diarios, en esta red de
sincronicidades que dan forma al tejido tan especial de la matriz
del espacio y del tiempo.
Aprendo sin
cesar de la íntima relación entre la luz y la oscuridad a través de
las palabras de Miyo, maestro de viajes visionarios, danzas
concheras y recovecos chamánicos que entrelazan en un juego
interminable el cuerpo, la mente y el espíritu. Recordaré siempre a
un gran compañero de aventuras, Omar, del Consejo de Ancianos del
Venado Azul del pueblo purépecha, que mostró el valor sagrado del
maíz. Agradezco sin cesar tantos caminos abiertos, como el sendero
trazado en lo más profundo del Amazonas, en Brasil, donde encontré
en toda su plenitud la visión interior que concede el Santo Daime,
la ayahuasca, gracias a Bali Hidalgo y Antonio
Cerdán.
Recuerdo la
enseñanza de un mundo que tan pronto como sube baja, y al revés,
siguiendo el movimiento de la serpiente, como me explicaron los
amautas bolivianos, o la serenidad complaciente, y la paciencia, de
mis hermanos saharauis, sin dejar de añorar esa agradable sombra en
el desierto dentro de la jaima, el fresco en el interior de una
rústica vivienda de adobe y ese sabor de antaño que concede el
ritual del té, siempre amargo como la vida, dulce como el amor,
suave como la muerte?
Me siento feliz
de haber compartido tantos senderos con tantos hombres y mujeres
cuyo compromiso está con la luz y al servicio del mundo. Se alegra
mi alma al recordar que mis pies se hicieron al camino como mi piel
se acostumbró a darle forma a mi cuerpo.
Sé que apenas
si el horizonte que tengo frente a mí me ha mostrado sus secretos,
pero al fin y al cabo cualquier paso que uno da es siempre el
primero de todos aquellos que quedan por dar. Espero la aurora, el
nuevo amanecer, para proseguir el viaje. Mientras tanto, en ese
cruce de caminos en el que siempre me encuentro, honro la memoria de
aquellos que me mostraron cómo encender un camino para no perderme
entre las sombras de la vida. Estos seres siempre estarán en mi
recuerdo?, en el latido del corazón que recuerda todo lo que he
sido?
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